sábado, 21 de junio de 2014

Muerte número cuarenta y seis.

Eres la prueba de que la vida no es suficiente.
Y que se puede morir sin llegar a estar muerto.
No se como definirlo sin parecer poco cuerda
pero si vas a quedarte lo intento.

¿Y si sobornamos a la evidencia 
y planificamos nuestro final? 
Quiero fuegos artificiales.
Y créeme, no es que quiera irme
es que reconocer que quiero quedarme 
no se me da demasiado bien.

Ayúdame. 
Súbeme la falda hasta las nubes 
y fóllame como si lo hicieses sobre la cama 
de un hotel de cinco estrellas.
Con chocolatina en la almohada 
y orgasmos en las cuatro paredes 
y en las doscientas esquinas que inventemos.

Supongo que siempre tuvimos 
la opción de dejarnos ir 
pero nunca nos apeteció curarnos
(a mi de ti y a ti de mi)
y aunque las balas hubiesen parado 
(que no fue el caso) 
habríamos buscado otra forma de morir.

Y es que el olvido 
no es más que el efecto secundario 
de no tener cojones para intentarlo; 
y aunque hay noches de drogas 
en las que me pregunto cuantas muertes sentimentales 
aguanta una relación, 
se me pasa el efecto cuando resucitamos lo perdido 
y acabamos revolcándonos entre esperanzas 
tan faltas de ropa como de equilibrio.

Te escribo porque cuando la guerra empiece
quiero que tengas una trinchera 
donde puedas venirte a dormir
y me dejes escuchar tus gemidos 
como si se tratasen de una de esas canciones de los ochenta 
que no pasan de moda.

No te preocupes por las heridas
que por mis venas 
ya solo corre el café que tomábamos para desayunar 
después de despilfarrar el amor por el desagüe de la ducha.

Y oye que lo entiendo, 
que se que el compromiso te baja las erecciones, 
por eso no te pido tu mundo entero
solo alguna noche 
(con menos kilómetros y ropa de lo habitual)
que se repita cada vez que esté convencida de que se acabó; 
y ya se que pedirte que aparezcas 
cuando estoy a punto de marcharme
es la forma más cobarde de reclamarte una rutina.

Pero que voy a hacerle
si prefiero ser el motivo de tus mejores polvos
que la musa de cualquier artista del Renacimiento
y esa es la definición menos cursi 
que se me ha ocurrido del amor.

Regálame otra vida 
después de la muerte número cuarenta y seis
y déjame que te encuentre
esta vez más segura y sin un final tan evidente. 
Con condones y cien sonrisas 
protagonistas de tus sueños más eróticos;
porque aunque tú no lo sepas
sonreír es lo más parecido al sexo en esta poesía.

Mientras tanto
seguiré pensando que las peores discusiones 
son las que tienes con tu memoria
y que aún hay recuerdos congelados 
con los que no puedo discutir.

Y es que por más turismo que haga por otras braguetas
nada cura tus cicatrices
que se vuelven inmunes a cualquier intento fallido 
de resucitar la manilla del minutero 
que se ha declarado en huelga 
desde que no te ve pasear desnudo por la cocina.

Te dejo edificar en todo el espacio 
que hay de tus manos a mi orgasmo
a ver si remediamos la distancia 
y encontramos la manera de que nuestros kilómetros 
se desnuden más allá de la ropa,
ya sabes, de esas veces que molesta hasta la piel

Dime, ¿de verdad no te puedes quedar a dormir?.



No hay comentarios:

Publicar un comentario