lunes, 9 de junio de 2014

Tu nombre (4ª parte)

‘’Escribo sobre ti’’
Le dije una noche desde el lado izquierdo de su cama.
Y me miró.
Sus ojos marrones 
me daban ganas de llegar tarde a cualquier parte. 
Al trabajo, a la cena en familia, incluso a mi misma. 
Llegar tarde al futuro porque el presente 
tiene entre sus piernas mucho que fotografiar.

Era como una mañana de Enero 
con sol de Agosto, y hacerlo sin condón. 
Como dejar que te cuenten los dedos de los pies 
y aguantar las cosquillas.

No podía recriminarme que escribiera sobre él
porque nadie podría haberle dejado escapar 
sin saborear entre letras lo bello de eternizarle.

‘’Deberías escribir sobre alguien 
que pueda quedarse el suficiente tiempo como para leerlo’’.

Después de Diego creo que conocí a Mario. 
Me sacaba unos diez años y sus manos eran ásperas. 
Me regaló algún vestido poco apropiado
y siempre me encantaban. 
Mario preparaba unos espaguetis riquísimos 
y los acompañaba de vino.
Yo fingía que me gustaba y le sonreía con delicadeza. 
Me aburrí de tanto protocolo. 
Además, nunca me dejaba echarles queso. 
Y decía que los vaqueros no me sentaban bien.

‘’¿Vas a irte?’’ 
Y creo que mis ojos 
que hasta entonces todo lo que habían hecho 
era bajarle la bragueta, le resultaron tiernos.
‘’No me iré’’ dijo
porque la mentira en el noventa por ciento de los casos 
se utiliza para atajar hacia la felicidad.
Pero yo sabía que se iría. 
Porque hay personas 
que no pueden quedarse demasiado tiempo.
Creo que por la falta de equilibrio. 
Hay quienes son todo o nada. 
Y aunque ‘’todo’’ en principio 
no suena destructivo en absoluto, 
lo cierto es que nadie puede  ser ‘’todo’’ 
el suficiente tiempo 
como para no morir en el intento 
de estar a la altura de las expectativas.

Supongo que por eso empecé a comprar 
libros de autoayuda. 
Y nunca le dije ‘’te quiero’’.
Todos empezaban con ‘’Como olvidarse del tabaco’’
‘’Como dejar atrás la autocompasión’’
‘’Como avanzar sin recuerdos’’
Pero yo no podía buscar ninguno sobre él 
porque seguía sin saber su nombre.

No le dije que le quería
pero posiblemente lo hacía, vete tú a saber. 
Nunca supe que se siente 
cuando se quiere de una forma distinta a aquella.

Me había aprendido de memoria 
los vértices de su mal humor
y los agujeros que quedaban de todos aquellos piercings. 
Sabía que a las cinco y cuarenta y cinco de la madrugada
era mejor que estuviese dormido
porque si no, no se que fantasmas le perseguían. 
Además, conocía algunas de esas historias 
que solo cuentas cuando el 60% de tu cuerpo 
es droga y no agua. 
También sabía lo que pensaba 
cuando se miraba al espejo
y que me quería aunque no lo dijera 
porque sabía que yo le quería aunque no lo mereciese.

Y lo tenía apuntado, porque el amor como todo se olvida
y yo ni siquiera sabía su nombre.

También tenía anotado esas canciones prohibidas 
que hablan de la caída libre desde su ombligo; 
y algunos refranes donde Roma siempre era él. 

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