jueves, 31 de julio de 2014

Hay.

Hay ojos que congelan el alma y paran los días,
como si fuesen notas cogidas con clavos 
a una pared que se desmorona.

Hay manos por las que llueven recuerdos y meses 
con la misma facilidad que llora el cielo 
cuando algún artista del Renacimiento lo pinta de gris.

Hay bocas que entonan sonrisas 
con la magia de una instantánea 
escondida tras unos párpados 
que tienen el valor de soñar.

Hay pies que caminan siempre en el mismo sentido 
aun a pesar de cambiar de dirección.

Hay pulmones en los que habitan fragancias 
que hablan de tiempos lejanos
y que abren viejas heridas 
como se abre una flor a la llamada de la primavera.

Hay estómagos que no digieren las derrotas
y sienten náuseas cuando echan la vista atrás 
y se pierden entre recuerdos que huelen a tabaco de liar.

Hay tatuajes que hablan de la vida
y marcan con la delicadeza de un cincel en mano experta, 
ese momento que nos sigue empañando las retinas 
y dejando al descubierto nombres 
que ya deberíamos de haber olvidado.

Hay cabezas que se niegan a vencerse 
ante el placer que proporciona el olvido, 
y se resisten firmes entre batallas, 
aun a pesar de que el destino las proclame perdedoras. 
Hay cabezas que se quedan a jugar la partida aun sin cartas
y que se oponen a los finales, 
por mucho escote que lleven.

Hay voces que se nos quedan en la garganta 
y nos roban las palabras, 
por miedo a que la vibración 
de nuestras cuerdas vocales nos sepa a añoranza.

Hay rodillas que se mecen solas,
tarareando canciones 
que dejan al descubierto historias a medias, 
como no haber conseguido entrada para el espectáculo 
y haberlo tenido que ver desde fuera, 
agudizando un oído que se volvía sordo 
cuanto más se acercaba el final.

Hay sentimientos cobardes 
que dibujan esperanzas muertas, 
ahogadas entre preguntas suicidas 
de las que nunca se tiene respuesta, 
porque la boca que debía responder
está haciendo la maleta.

Hay sentimientos valientes 
con capa y espada, 
que surcan caminos llenos de adversidades 
empujados por el sonido de un beso 
y por el tacto de unos lunares 
que se mueven aprisa por una piel hecha deseo.

Hay quienes mueren cuando muere el amor
y abandonan la función con una historia en los bolsillos, 
que nunca contarán, que nunca escribirán, que nunca releerán; 
y hay quienes se quedan, aun cuando el amor se aleja de ellos
para contar que un día sintieron el peso de unos ojos 
que se abren en una mañana de Enero
y te miran, 
con las pestañas del color de la esperanza 
y la boca derritiendo versos.

Hay costillas que guardan secretos entre rejas, 
que no asoman la cabeza por el miedo a ser descubiertos, 
pero respiran, 
y si apagas las luces y te vistes de paciencia
conseguirás verles.

Hay hombros que ya no guardan promesas, ni lágrimas; 
que cobijan en sus lunares la tristeza 
de no tener a nadie que olvidar; 
que esconden en sus pecas la desdicha 
de no ansiar olvidar el sonido de una risa. 
Son hombros desnudos, aun con ropa.

Hay corazones que laten despacio
bombeando los pocos recuerdos que quedan 
de una historia sin vida;
de un centenar de meses que se atesoran en el calendario, 
con la tranquilidad de que no habrá manos que los arranquen, 
porque hay días y momentos que están latentes 
en todas las hojas de todos los calendarios de todos los años.
Hay otros corazones que van deprisa
como si llegasen tarde siempre a cualquier parte, 
con el miedo de que sea otro 
quien le robe los insomnios y las medias.


Y hay quienes
teniendo todos los órganos vitales en pleno movimiento, 
siguen estancados, casi muertos, en medio de un recuerdo.

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