sábado, 2 de agosto de 2014

Los tiempos que corren.

No se si sabes los tiempos que corren, 
o lo que corren los tiempos
que se escapan de los relojes 
en los que con paciencia, 
tratamos de encerrarles.

Nos han robado la llave de los días 
y ahora resultan ser ellos quienes nos viven, 
y nosotros quienes nos dejamos vivir 
atrapados entre versos efímeros 
que resultan ser droga para aquellos 
que seguimos proclamando la importancia del espíritu.

Y mientras nos someten 
a este ir y venir de oportunidades suicidas 
disfrazadas de calendarios, 
la belleza nunca muere, 
aun aunque muera la vida apuñalada 
por las agujas del minutero que se nos coge a los dientes 
y nos arranca lo que antaño eran verdades, 
y ahora apenas alcanzan a ser mentiras, 
por ser algo.

A veces la belleza 
es un lugar que nos encharca las retinas, 
como se nos encharcan los pies 
cuando salimos aprisa y sin paraguas, 
en busca de un autobús al que nunca llegamos a tiempo.

Pero lo seguimos intentando, 
porque dejar de hacerlo es hacerse amiga 
de todas esas ocasiones que desfilaron frente a nosotros 
con la prisa que tiene un mezquino
en cobrarse una venganza.

Otras, nos eclipsa la belleza de una canción 
que se nos cuelga en el tímpano 
y se balancea con el soplo de un recuerdo, 
haciendo vibrar las costuras de las cientos de cicatrices 
que cosimos con esmero 
después del último tango que bailamos con la pena.
Que siempre nos pisa los zapatos 
con poca delicadeza.   

Y otras veces, las agujas se detienen 
como se detuvieron las pupilas de Garcilaso en Isabel, 
las de Neruda en Matilde 
o las de Machado en Guiomar, 
obligándoles con esa sutileza 
con la que obliga el amor, 
a no quitarles el lápiz de encima de por vida.

Es así, de ese modo, como te conocí. 
Con ese aire que confiere la belleza 
a unos tiempos de ruinas, 
atrapados en la caja tonta 
y olvidándonos de la torácica.

Como no iba a detenerse el Universo, 
como no iban a subir el telón que suponen tus párpados 
para hallar la poesía al fondo de tus ojos 
y ponérselo fácil a Bécquer, 
como no iban a temblar en el Olimpo 
si se les había descolgado tu silueta 
poniendo en entredicho su sistema de seguridad.

No se cuanta vida hay en un abrazo, 
o cuantos abrazos caben en la vida, 
ni siquiera se como suena un piano cuando nadie lo toca, 
o que se siente antes de un viaje sin fecha de regreso, 
pero me sobran las razones o los motivos, 
para decir que tus pasos suenan diferente 
cuando caminas hacia mi.

Mírame largo y tendido, 
como se mira un horizonte apuñalado de chimeneas 
que escupen verdades negras, 
y deja que mis ojos le quiten la ropa a tus kilómetros, 
haciendo de tu bragueta la cinta de salida y la de meta.

Y encontrarme, aun sin que me busques, 
aun sin buscarnos, 
de la misma forma que la brújula 
siempre apunta al Norte, 
pero nuestros veranos anhelan un poco de Sur, 
de esa manera en la que continuamente brillan 
las siete estrellas de la Osa Mayor 
entre coordenadas celestes
que envidian el incesante destello 
de todo lo que eres aun cuando crees no serlo.

No se si me explico, pero se que lo siento.

Has recolocado mis órganos vitales, 
recuperándolos de ese mercado negro 
en el que se intercambia el amor barato 
a cambio de unas cuantas historias a medias 
con las que protagonizar insomnios, 
tal vez con las que justificar borracheras.

Encontrarse en otras manos 
es lo más parecido a reinventarse, 
de la misma forma de la que Eva nació de Adam, 
pero sin barro de por medio, 
que yo he nacido de tus palabras, 
de tus versos, que soy el amor por tus formas,
tus delirios y tus miedos.
Puede que hasta tus manzanas, 
colocadas estratégicamente en cada uno de los verbos 
que solo pueden conjugarse en plural.

Muérdelas, y déjame hacer de veneno, 
dulce y placentero, 
hasta dormirte las circunstancias 
que te impiden hacerme beso.

Y de veras espero que me estés entendiendo.

Que hasta el pasado me resulta tierno 
a través de tus ojos, 
y me siento valiente en tierra de recuerdos; 
ya ves, todo lo que consigue la belleza de tu cuerpo, 
que me adormece las alarmas 
y descorcha las botellas que guardaba en el pecho 
para las celebraciones importantes.

Tengo fuegos artificiales en los pulmones 
y los lunares se me han vuelto serpentina.

Ahora, si me dejas arrancarte en un instante 
todos los planes que no conducen a un futuro bilateral, 
podré decirte con la seguridad que se tiene 
de que compromiso empieza por ‘’c’’ de ‘’cariño’
que te echo de menos aun cuando estás conmigo.

Que no hay suficientes cielos en el mundo 
para hacerte el amor, 
ni bastantes infiernos para follarte hasta decir basta; 
que me faltan vidas y muertes 
para todo lo que quiero besarte; 
que te vestiría solo por el mero placer 
que supone desnudarte.

No se si sabes los tiempos que corren 
o lo que corren los tiempos
que se recochinean en lo relativo de unas agujas 
que a veces parecen girar a la inversa 
y devolverte a ese instante que te empeñas en olvidar; 
y otras sin embargo, agradeces el retroceso 
a un momento en el que te devoraron unas pupilas 
con la rapidez de un lector frente a un libro interesante.

¿Me entiendes?

Que a veces un para siempre se hace interminable 
y otras, tan efímero que duele el paso de unos días 
que se te escapan entre los dedos 
con la prisa de un rumor 
y la agilidad de la malas lenguas.

Ya sabes que si con algo me quedo, 
es con la eternidad de un sentimiento 
cuando se hace deseo 
y con la valentía de unos dedos
para hacerlo verso.

Y contigo, claro, contigo siempre, 
de la misma forma que te quedas 
con un buen beso 
aun cuando ya no está la boca 
que le vio nacer.





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