martes, 7 de julio de 2015

Estás guapa cuando huyes.

Oía sus pies corriendo por el salón de casa. 

Cualquiera habría dicho que sonaban aprisa, 
sin embargo, para mi, 
parecían estar embriagados con la calma 
de quien ya no llega tarde a ninguna parte. 

De quien ya no tiene destinos previstos, 
y no le teme a ningún temporal. 

La calma de quien amó sin parámetros 
y ya no entiende de relojes. 

Escuché como abrías el cajón de la ropa interior, 
y te imaginé guardando en una maleta sin gracia 
todas las bragas que te habría descosido a lametones. 

Con paciencia. 
Con el esmero de un maniático obsesivo 
sentado frente a su puzle preferido. 

Tus uñas rozaban con el encaje, 
mientras yo estaba a punto de volver a cargar el revólver 
y volarte la falda, 
hasta que recordé que los tiros a oscuras 
nunca salen bien. 

A nosotros se nos desviaba la bala 
incluso con la luz encendida, 
o eso solías decirme. 
Mientras yo te observaba con ganas 
de metérmela en la cabeza 
y acallar la cronología de mi vida 
que se empeñaba en repasar uno a uno 
los pasos que te habían alejado de mi. 

Me encandilaban las piernas largas,
 pero no era para tanto. 
Vamos joder, no lo era. 

Alguna vez se me desviaron las intenciones 
y caminé varias avenidas de una mano que no me convenía, 
ensimismado por un culo perfectamente asimétrico 
que se movía despacio, 
hipnotizando a mis tobillos que le seguían 
como todo el jodido pueblo hebreo a Moisés 
a través del mar Rojo. 

El abría las aguas 
y ellas sus piernas. 
Y la verdad, puestos a ser sinceros, 
después de lo segundo 
no se donde narices hay más milagro.

Las seguía sin preguntas. 
Porque es muy fácil no preguntar 
cuando temes todas las respuestas. 

Al final todos los orgasmos me llevaban a tu portal. 
Y te juro que de vuelta hacia tu casa, 
planeaba la manera perfecta de pedirte que me arreglaras. 
Que hicieras algo con todo este desastre. 
Que me rompieras la boca a insultos, 
y me curaras los oídos con perdones. 

Pero reincidir a ciertas horas de la madrugada, 
no parecía tan horrible, y claro, ahora tú, 
y la maleta, y tus bragas. 

Y mi falta de cojones o de compromiso, 
que para el caso viene a ser lo mismo. 

Te fuiste sin sermones, 
y creo que eso fue lo que más me dolió. 
Te fuiste calladita, en silencio, 
no se si queriéndome tanto 
que no te alcanzaban las palabras 
o odiándome de tal manera 
que preferías no perder la compostura.

Yo, para mi futura rehabilitación emocional, 
prefiero pensar que la segunda, 
así amordazo a mis ganas de ti, 
sin compasión. 
Que duela tanto que mi insomnio te aborrezca. 

Pero lo cierto es que estabas guapa, 
de espaldas a mi y a nosotros. 

Toda la casa parecía un bosque largo y denso, 
oscuro, 
y sabía que lo cruzarías sin mirar atrás. 

Cuando recuerdo la escena, 
solo escucho tus pies descalzos y una canción de Dylan 
’Baby, let me follow you down’’, 
y en concreto una estrofa: 

’Baby let me follow you down, baby let me follow you down
well i'll do anything in this godalmighty world
if you just let me follow you down.’’

Pero nunca te seguí, 
porque aunque tú estabas jodidamente guapa huyendo de mi 
y yo tenía el revólver y la bala, 
estaba tan borracho que sabía 
que nunca habría conseguido darte en las intenciones 
y conseguir que te quedaras. 

Aflojé el gatillo y bajé el arma 
por mucho que tú no te bajases las bragas. 

Y esto es lo más parecido al amor que conozco. 

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