lunes, 5 de octubre de 2015

De que tengo que hablar parar hablar de nosotros.

No se si hablar de ti, 
o hablar sobre mi. 
O dejar de hablar de los dos.

Me tienes hasta el moño.

Hasta un moño despeinado, 
enredado. 
Un moño mal hecho 
que recuerda al buen sexo.

A tirones. 
A enfados que duran 
cuatros habitaciones de la casa. 
Dos sofás. 
Una cocina. 
Y enemistarse con todos los vecinos.

Nadie me trae bizcochos 
cuando llego nueva al edificio, 
porque tú siempre tienes puesta tu cara 
de pocos amigos. 
Y a mi, 
que tanto debería de molestarme, 
solo me dan ganas de hacerte el amor.

Tu antipatía me despierta las cosquillas.

Me miras de arriba abajo, 
como quien contempla un buen postre 
antes de llevárselo a la boca. 
Como si el disfrute fuese más 
tener el poder de decidir cuando devorarlo.

Y te miro: ‘’ahora no’’.
Sonríes, 
con cientos de orgasmos entre los dientes 
y te avalanchas.

Me recuerdas a un tsunami 
en los países más subdesarrollados; 
yo soy la casa que se parte por la mitad.

Me tiemblan las piernas 
lo justo para que se me caiga la falda.

Nuestra historia de segunda mano 
nunca tiene suficiente. 
Tenemos una conciencia barata. 
Y lo barato siempre sale caro.

A veces no se que resulta más lógico, 
si acordarme de todo lo que hemos vivido 
o elegir una amnesia voluntaria 
que me lleve a creer que todos los días 
te conozco de nuevo.

Que siempre es la primera vez.
La primera vez que te vas.

Absuélveme de mi misma, 
de mis propios reproches. 
Y dime que camine con Dios, 
mientras te profetizas como a la mejor religión.

Como no ibas a cogerme el teléfono 
por muy guapa que fuese aquella 
con la que compartías el intento mil en olvidarme, 
si yo siempre aparezco vestida de añoranza.

‘’Ven cuando quieras, menos tarde’’.

Y noto como me precipito sobre un colchón 
que es como el de ayer pero diferente, 
porque hoy no cojo la postura 
y huele a otras caídas en las que no me reconozco.

Caer nunca es volar, 
aunque no tengas los pies en el suelo.

Vamos a subir al tejado 
a matarnos a reproches; 
antes de que el nosotros acabe con los dos.

Y si después de gritarte uno a uno 
todos tus defectos 
aun crees que soy tu mayor virtud, 
te escribo una poesía que te calme los demonios.

Te la recitaré en voz alta, 
mientras me voy anudando a las vías del tren, 
que me pasen por encima todos los vagones 
en los que nunca has viajado conmigo.

¿Sabes?
En algunas ocasiones 
las oportunidades pasan de largo, 
vemos como se nos escapan.

En otras, sin embargo, nos arrollan, 
y después de ellas, 
ni siquiera quedamos nosotros.





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