domingo, 13 de diciembre de 2015

Querida Amparo.

Hoy he abierto el tercer cajón
de la mesita de noche,
después de unos ciento veinte discos,
doscientas treinta películas
y un millón de copas,
y toda la ropa interior olía a mandarinas.

He rebuscado,
como aquel que trata de encontrar
los días que merecieron la pena
entre tanto amanecer insulso,
y he encontrado tus cartas.

Aunque tú no aparecías, ni llamabas;
así que he decidido imaginar
que las escribí para cualquier otro
al que le guste mi culo
y me ceda siempre el paso
para jugar con las perspectivas
mientras me cuenta no se que rollo
sobre ser un caballero.

Se ha quedado el cajón atascado
y he tenido que dormir con él abierto,
nerviosa por si sonaba de nuevo
un teléfono que tengo desconectado,
o llamaban al timbre de una puerta
tras la que ya no vivo.

Pero siempre escucho.

Cada dos semanas me llama
mi antiguo casero:
''ha venido el chico de siempre
que nunca pregunta por ti''. 

Hay veces que el pasado
siempre encuentra el camino.

Pero hoy no es el día,
porque ya nunca bebo demasiado.

Hoy he encontrado en el sótano
mi bicicleta vieja
y ha vuelto a dolerme la rodilla.

No necesito que me cures las cicatrices,
solo quiero que me enseñes a quererlas
y tendrás más del ochenta por ciento de mi.

No me pidas que te escriba un poema,
la inspiración programada
solo es un cuento de quienes viven entre reglas.

Nunca renglones.

Dime que un día,
cuando ya no seamos nada,
quieres que escriba con rabia;
que vas a irte para leerme en la distancia
y tener siempre ganas de volver
mientras le juras a tu mujer
que conociste el amor cuando ella apareció.

Pero huele a mandarinas,
mentiroso.

Ojalá en tu supermercado
nunca vendan polos de limón
y el verano sea siempre
un poco más invierno.

He abierto el tercer cajón
de la mesita de noche
y he encontrado una foto de los dos
sobre mi bicicleta.

Sonreíamos,
porque no nos importaba
querernos mal.

Estábamos enfermos,
convalecientes,
moribundos,
infectados de discusiones,
de terceras personas,
de direcciones contradictorias.

Pero eh, mirad aquí, foto.
Y sonreíamos.

Y no se quien dice
que nadie puede fingir su estado de ánimo
a través de un objetivo;
así que debíamos de ser felices
aun sin motivos.

Porque sin motivos
uno no puede saber si está feliz o triste,
y cuando no se sabe nada,
todo se convierte en un abanico
de opciones infinitas.

El cartero ya nunca pasa por aquí,
así que he metido el buzón dentro de casa
para escribirme todos los días:

''Querida Amparo,
deberías de recoger tu habitación
y fregar los platos.
La persiana de la última ventana del salón
lleva meses bajada,
tendrías que dejar que entrara la luz
en toda la casa;
el negro te sienta fatal,
así que el difunto va a entender 
que abandones el luto. 
Querida Amparo.
Querida.
¿Por quién?
Y yo que se.
Querida Amparo,
hoy deberías salir a divertirte.''

Mi hermana ha alquilado un apartamento,
le he dejado mi mesita para su habitación
y le he advertido que el tercer cajón
siempre se queda atascado,
que es mejor si no lo abre demasiado.

Además huele a mandarinas
y me he quedado con todos los polos de limón
del supermercado de otra ciudad.

También hay un montón de cartas;
envíalas, con otro nombre
y otra dirección.

Mi hermana se ha mudado
y me ha costado desprenderme de la mesita.
Pero he dado un paseo en bicicleta
y ya a penas me duele la rodilla.

Estoy llamando a mi antiguo casero:
''dile que hace meses que me fui. 
Y que no se preocupe,
que ahora que no puede hacerme daño,
es cuando más le quiero.

Que no le olvido,
pero que hace meses que me fui.

Dile que esté tranquilo
y se masturbe mucho.

Y antes de que se vaya, 
justo antes, 
dale esta carta'':

''A cuatrocientos poemas 
de aquel final: 
querida Amparo, 
deberías mudarte''.







4 comentarios:

  1. Querida Amparo:
    Precioso y por el nuevo camino (carril bici) Algún día se olvida uno de lamerse las heridas y al día siguiente se olvida de esas heridas para dejar también de contarse las cicatrices.

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    1. Si, antes creía que no tanto, pero sí, ese día siempre llega. Y menos mal.

      Un abrazo inmenso.

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  2. precioso, como ese olor a mandarinas de la ropa interior que al final es el olor de los sentimientos, como ese cajon que se niega a cerrarse con la esperanza de seguir llenándose,o como ese eterno contarse las cicatrices

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