miércoles, 6 de abril de 2016

Todo lo que no se dijo a tiempo.

Todo lo que no se dijo a tiempo 
ya no se necesita escuchar.

Porque todo es nada. 
Decir no es más que silencio. 
Tiempo es espera indefinida. 
Dejar de necesitar es dejar de querer,
algo, 
lo que sea, 
o todo.

Y escuchar..

¿Cuánto hace que no te escucho?
Si es que acaso en algún momento 
lo he hecho de verdad.
¿Verdad? 

No, verdad no. 
Mentira.

Desde que empezaste a decirlas 
yo tuve que fingir que no lo sabía.

Mi pelo rubio pide tus dedos a gritos. 
Y esto si que es verdad, 
te lo juro.

Ahora nos separa el tiempo,
los relojes se han congelado en una estación 
por la que ya no pasan trenes, 
así no caes en la tentación de volver.

Pero la tienes. 

Porque todas las noches 
oigo los pasos que nunca das. 
Los cuento.

Ciento veintitrés pasos 
que te acercan y te alejan de mi.

Te acercan 
y te alejan
y te acercan 
y te alejan. 

Mientras yo me mareo 
de mirar hacia delante 
y hacia atrás. 

Como un continuo intento de recuperación 
que sabe a dolor de estómago 
y huele al alcohol más barato de toda la ciudad.

Tu perfume.
Que cualquiera se vende barato por él.

¿Ya nunca tienes miedo? 
Y si vas a decirme que no, 
no pienso creerte.

No suelo creer las cosas 
que no me gusta creer.

Así que digamos que tienes miedo, 
porque prefiero pensar que es así.

Que tienes tanto miedo como yo,
 y  volveré a sentir como era aquello 
de que sin quererlo, 
me hicieras sentir mejor.

He parido promesas con tanto esfuerzo, 
que decidí volver a tragármelas 
y que vivieran en mi vientre. 

A veces dan patadas 
y otras me provocan náuseas.

En fin, 
llevo un feto muerto dentro de mi.

Le canto nanas en voz baja, 
para que no creas que desatiendo 
a nuestro hijo. 

Soy una buena madre.

¿Y una buena esposa? 
Eso ya no.

Pero te guardo luto. 
Las bragas en todas mis citas 
son siempre negras, 
en tu nombre, 
o en tu ausencia.

Como tener una tumba entre las piernas.

Descuelgo el teléfono 
todas las noches antes de dormir 
y contengo la respiración, 
te escucho chirriar los dientes.

Te cuento como ha ido el día, 
el problema con los vecinos, 
aquel polvo 
que me recordó a tus polvos 
pero peor; 
las asignaturas, 
la borrachera 
y la falda pegada 
con la que siempre quieres 
volver a intentarlo.

Y después silencio.

Espantoso.

Un cementerio desolado 
al otro lado del teléfono.

Nunca estás ahí el suficiente tiempo 
como para que pueda despedirme.

Así que hoy he descolgado el teléfono, 
y he sido concisa:

Todo lo que no se dijo a tiempo 
ya no se necesita escuchar.






No hay comentarios:

Publicar un comentario