martes, 14 de junio de 2016

Tus cielos por estos mares.

Amor mío, 
te escribo desde no se que lugar de nosotros mismos para contarte que no llegaste a mi buscando un hueco dentro de una zona de confort; tú te expandiste hasta ahogarme, me atropellaste, me salvaste y me condenaste en tantos sentidos tan dulces. Me hiciste volar hasta caer tantas veces como cielos he visitado contigo. No hay un solo pájaro en el cielo triste de esta ciudad que hoy te llora, al que tenga que envidiar. Tu falda volaba más que cualquier ala. He cerrado los ojos y te he visto girar sobre ti misma tantas veces, que me he mareado y se me ha escapado media vida en las vueltas de tus rodillas. Siempre me decías que el amor era libre y que a veces incluso, se escapaba a otras camas para tener la oportunidad de añorar siempre la misma. Y yo, que no entendía nada, estaba de acuerdo con todo. Así que andaba de aquí allí, sobre bocetos y ensayos de amor libre para darme después de bruces con tu nombre escrito en todos los edificios de Madrid. Todo contigo era diferente, incluido yo.

Ahora pienso en ti y siento esa especie de presión en el pecho, como si un centenar de escorpiones estuviesen saltando encima de tu tumba, y todo París no fuese más que un desierto con un monumento enorme rodeado de jardines que me recuerda, que ya nunca vuelo demasiado alto. Ni respiro demasiado profundo por si recuerdo el olor del mar y tu imagen en bikini me genera una erección de esas que se conectan con las ojeras y no dejan dormir al corazón.

No hay un solo triunfo a lo largo de la historia que se haya conseguido con los pies en el suelo, y tú sabías mucho de eso. Me dijeron que estabas loca, pero a mi las morales ajenas disfrazadas de altares que juzgan y miran desde arriba, siempre me han dado pereza. Tú me dabas oxígeno y agua. Y oxígeno y agua. Y oxígeno y agua hasta que me sentía parte de un pequeño universo que se mantenía a flote solo con tu magia. Una planta en medio de Marte. Verde. Grande. Muy grande. Que se ve desde La Tierra si eres un pájaro que ha conocido a una chica como tú. Porque no hay otra forma que no sea esa de volar tan alto. O si eres un pez que nada por las profundidades más oscuras del océano. 

Si supieses el montón de chicas guapas que hay en Madrid sin magia.

Hoy he bajado a la parte más fría de nosotros mismos y he hundido las manos llenas de heridas en el agua helada, hasta que me han dolido tanto como la última vez que te toqué; después las he sacado y las he mirado hasta que se han convertido en polvo pero sin gemidos. En polvo pero sin reconciliación. En polvo sin ti que no es más que polvo. Sucio. Seco. Gris. Y he pensado en Hugo. En Aitor. En Lucía. Y en Daniela. Que nunca van a desprenderse de tu seno materno. Ni a probar tus pezones sin que yo sienta celos. Que no van a tener tus ojos profundos. Y he sentido las cataratas del Niágara dentro de las pupilas, he pestañeado, hasta que me he visto saltando a una zanja llena de cocodrilos. Tú paseabas de la mano por el puente que cruza la zanja. Y yo no podía llamarte porque ya no era pájaro, ni pez.

Ya no tengo espejos en casa. Y la casa ya no es hogar. Hay cristales por el suelo que se clavan en la goma de los zapatos y chirrían. Te llamo a un teléfono que no existe mientras cientos de bombas cardiovasculares se me cogen al pecho y solo se van cuando vuelve algo de amor propio. Del que propiamente te tenía y me mantiene con vida. No hay una sola almohada blanca, por mucho que me restriegue los ojos. Amarillas, con olor a tabaco. Negras, como el pozo cerrado que ambienta una película de terror.

Con todos los cielos que tú tenías, vida mía, como me has dejado en este infierno sin horarios de visitas. Así que, no me taches de cobarde, porque se necesita valentía para asumir esta derrota sin jugar a la ruleta rusa conmigo mismo. Y no temerle a ninguna bala. Que para mortal ya estabas tú con esos aires de vecina del cuarto de las canciones de los ochenta.

Se me está vaciando el mar y el cielo cada día se confunde más con el suelo, quizás amor, estoy volviendo a la mundana normalidad, quizás voy a dejar de estar loco y los días no van a ser otra cosa que nuevas oportunidades para sentirme cuerdo.

Y si eso pasa, mi vida, si eso pasa después de ti, de tus vuelos, y en los edificios de Madrid no hay más que ventanas con la luz apagada a las tres de la mañana, si que creo que voy a perder la cabeza con la tristeza de quien ya no tiene motivos para no mantenerse cuerdo. 




No hay comentarios:

Publicar un comentario