lunes, 20 de febrero de 2017

Jaulas y vuelos.

Se han apagado todas las luces sin tocar el interruptor, y estabas aquí. La oscuridad habla tan claro de ti. Y escucho las ambulancias pasar a prisa por nuestra cocina. Los platos hechos añicos sobre la encimera. La bañera llena de cuerpos sin vida de los que escapan alaridos que me recuerdan a sentirse perdida.

Huele a bosque, a profundidad.
A mar enfurecido que arrastra naufragios sentimentales. No hay isla sobre la que descansar.
Las luces de Septiembre apagadas y mi cuerpo encendido, ardiendo uno a uno los huesos de mi columna vertebral.

Me coloco frente al espejo y no me conozco. Pero me siento cómoda, porque no saber quién soy conlleva no saber quién eres tú, y que ventaja nos damos a nosotros mismos pudiendo empezar de nuevo. Si lo pienso hasta vuelo. En un cielo propio que se parece a tu azotea.

Con todo París iluminado a nuestros pies.
Con Venecia sonando en tu viejo radio casete.
Y Roma atrapada en todos los intentos de supervivencia sin manual.

Me miras y nos hacemos los vivos, pero estamos muertos, de miedo o de amor, que para el caso viene a ser lo mismo. Cuanto más te beso más poesía me siento. Como el suicida que encuentra un hogar en cualquier puente que le da otra oportunidad.

Tengo una bomba entre las manos a punto de estallar cada vez que me desnudas, la sostengo con fuerza deseando que no estés aquí cuando todo vuele por los aires, aunque luego amor, te imagino ceniza y me dan ganas de deseos. Y de soplarte hasta que llegues a cualquier lugar donde te sientas a salvo. Hacerte una cuna con las viejas heridas y que el pasado te deje volar.

¿En que jaula te encerrarías si fueses un pájaro? Cuando estiras las alas puedo ver toda la Capilla Sixtina. Y me sobresalto, hay algo en el arte que nunca me deja estar tranquila.

Y de repente te escucho reír en otra boca y veo cómo otro vestido, que no huele a mi primavera, se levanta con ganas de descendencia. Y veo otros ojos que tampoco son tuyos pero allí estás, devorando un libro en cualquier cafetería. Sin café. Sin aperitivo. Alimentándote de la omnipresencia que desparramas.

Estar sin estar ha sido siempre tu mejor truco y yo, la chistera. La chica de dentro de la caja a la que cortan por la mitad. El conejo blanco. La paloma. El truco final. Y el público embravecido aplaude.

¿Dónde narices se celebra un final?
Solo en el arte.

Así que te fuiste y me pareció haber acabado, de nuevo, La Divina Comedia. La tristeza de no poder volver a leer por primera vez a Bukowski ni poder volver a enamorarme de Bécquer. No hay lugar para las segundas primeras veces.

Y cuanta magia en la imposibilidad.
En la certeza de no poder vivirlo de nuevo.

¿A caso hay algo más grande que lo pequeño? La soga que decides quitarte del cuello. Las manos qué marcas como faros en cualquier tormenta. La primera vez que me besaste y escuché todo el Mediterráneo agitado en los bajos de mi ombligo. Un barco pirata navegando dentro de mi tripa, y el tesoro frente a mí, cogiéndome de la cintura, sin notar el chaparrón. 
 
Si me acostumbré a ti, imagino que podré hacerlo a tu ausencia. Asumir tu pérdida. Contarle a las vecinas que la muerte fue rápida pero el dolor pinta negro.
La ropa.
Las paredes.
Los próximos comienzos.

Y saber que me escuchan, pero no me entienden. Y seguir agradeciéndote la exclusividad. Aunque ya no pueda decirte que anoche no conseguí dormir porque hace frío sin tu cuerpo. Que aún noto la arena en la planta de los pies de nuestra primera cita. Ya no puedo contarte que el trabajo no me llena pero me llenas tu más que cualquier trabajo. Y que te escribiría durante todo el día aunque siempre te dijera lo mismo: quédate.

No soy la mejor opción pero tengo una ventana que da a mar abierto y se ve un velero blanco que te hace olvidar un poco las guerras.

Las de dentro y las de fuera de nosotros mismos.

Que puedo ayudarte con todo aquello que no cuentas. Y que siempre me ha gustado leer poesía en voz alta para unos ojos como los tuyos. O para los tuyos, si me dejas ser exacta. Y que creo que aún sin esfuerzo, te caben los jardines de La Alhambra dentro de todas las veces que me has hecho el amor con rabia. Y que cuando te colocas el reloj y bebes cerveza, veo más cielo en tus formas que en los rezos de cualquiera.

Así que puedo acostumbrarme a tu ausencia como se acostumbra alguien a una casa sin ventanas o a unas vacaciones sin mar. Recordándote cada vez que hunda los dedos en mermelada de fresa. O que me pierda en cualquiera de las carreteras del mapa de la guantera. Y ponga tu canción preferida y abra las ventanillas en un intento de sentirme libre.

Pero te escucho, te escucho en otra boca haciéndome siempre la misma pregunta: ¿en qué jaula te encerrarías si fueses un pájaro? Y noto el viento dándome en la mano, mientras la ondeo en forma de ola. Y te miro, y me oigo recitar poesía a mí misma en la bañera de un motel de carretera.

Me aprietas el cuello. Y pegas tu nariz a mis pecas. Todo el coche huele a mermelada de fresa. Y me retumba la cabeza: ¿en que jaula?

Y claro, tus ojos, que aún oscuros guardan el mar, se me antojan arte: en cualquiera de las tuyas.

Noto el golpe de tu recuerdo por enésima vez esta semana.
Y me corrijo:

''en la poesía
siempre puedo
volver a vivirte
por primera vez.''
https://ssl.gstatic.com/ui/v1/icons/mail/images/cleardot.gif

No hay comentarios:

Publicar un comentario